El Secretario
Más que desafortunadas resultaron las declaraciones del dirigente Alfredo Marchioli, quien en una extraña lectura de los resultados de las PASO, ofreció como conclusión que Daniel Ríos no logró imponerse en las internas de la oposición por su color de piel. Una mirada casi agresiva que representa una posición intolerable y ofensiva, no ya hacia el propio Ríos sino al electorado catamarqueño y a los miles de comprovincianos que orgullosamente llevan los rasgos que Dios les dio. Tratar de establecer una especie de supremacía de clases a partir de características físicas es impropio de cualquier ser humano que comprenda los más elementales conceptos de igualdad, dignidad y respeto. Posiblemente lo de Marchioli no haya sido más que un simple exabrupto, pero la sola mención o sugerencia de estos razonamientos que naturalizan la discriminación, no puede ser pasada por alto.
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Ganar o perder una elección no representa nada en relación con la calidad de una persona y ni siquiera responde necesariamente a su capacidad política, de conducción o de administración. Grandes hombres y mujeres han perdido elecciones, como también grandes malandras han ganado en más de una ocasión y lo mismo a la inversa. Son muchos los factores que inciden para volcar las preferencias de la ciudadanía en un momento específico y determinado. Ríos tiene una importantísima trayectoria pública y un amplio itinerario en el ámbito de la democracia, donde –como a la mayoría- también le tocó ganar y perder. Son circunstancias que pasan a un segundo plano y por encima de las cuales se debe valorar la participación, la competencia limpia y las propuestas. Después, el soberano decide, pero los resultados no deben conducir a ninguna descalificación. Era necesario dejar en claro estos puntos, porque la única alternativa sana en este extremo es considerar que Marchioli simplemente se equivocó. Si sus dichos reflejaran, aunque más no fuera lejanamente, una realidad, deberíamos directamente replantearnos qué nos sucede como sociedad, porque significaría que al cabo de 21 siglos no aprendimos absolutamente nada.
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