Cara a cara

El artista que no se permite ser infeliz

Hoy: Daniel Martínez.
domingo, 16 de septiembre de 2018 00:22
domingo, 16 de septiembre de 2018 00:22

Es un todo-terreno del arte: sabe y tiene que ver con la dirección, actuación, danza, escenografía, vestuario, maquillaje. Es feliz porque hizo realidad su sueño de niño: vivir para el arte. Hijo de María Moreno y Joaquín Martínez, recuerda al barrio de su infancia: el Alem de “las casitas iguales”, sus primeros trabajos, sus grandes desafíos. Tiene la enorme virtud de ponerle luz propia a las estrellas más famosas del espectáculo nacional. Guarda un entrañable cariño por su maestro: José Horacio Monayar. Conoce como pocos los aplausos arriba y abajo del escenario. El protagonista del Cara a cara de este domingo, es un comprovinciano triunfador en eso que se conoce como “puesta en escena”: Daniel Fernando Martínez. Catamarca lo conoce. Y Buenos Aires también.
  -A esta altura de tu carrera, ¿cómo te definirías en el mundo del espectáculo?
  -Como un artista. Yo sentí la vocación del arte desde muy chico, aunque suene a frase hecha. Tenía solamente 4 años cuando mi papá me regaló mi primer juego de títeres; te imaginas: no sabía leer y mi hermana (María Jesús) me leía la obra que venía escrita en la parte de atrás de la escenografía que tenía el teatrino, y yo me lo aprendía de memoria al texto. De esa manera, daba títeres para mis vecinos, para todos los chicos del barrio del sector de la Mota Botello y Alem. Recuerdo que ponía gallardetes, hacía ensalada de fruta y los invitaba a ver títeres.
  -¿Eso significó el despertar de una vocación artística?
  -De alguna manera ese hecho me marcó. Después, un poco más grandecito ya, no recuerdo cómo cayó en mis manos “Sueño de una noche de verano”, de (William) Shakespeare y yo jugaba con mis vecinos –entre ellos el desaparecido y recordado Juan Carlos Nieto y las hermanas-. Me puedo identificar a partir de ahí, que tenía una predisposición para ese tipo de cosas por el hecho puntual de que, justamente, el teatro es mi lugar y el hecho de ser adultos en el teatro nos hace que no perdamos la niñez, una de las épocas más bellas de las fantasías que puede tener un ser humano.
  -Estamos hablando de más de más de medio siglo del despertar de una pasión.
  -Y… sí, más o menos (sonríe). Ahora, desde el punto de vista profesional, digamos que nos tenemos que ubicar en el año 1974, cuando termino el secundario y comienzo a estudiar en la Universidad Nacional de Catamarca, donde ya trabajaba. Cuento que por razones familiares y económicas no podía irme a estudiar a Córdoba. Me anoté en la carrera de Agrimensura y evidentemente no era lo que mi vocación me pedía, razón por la cual abandoné. Por esos momentos ya estaba con el Grupo Martín Pescador, que habíamos organizado como un hecho social con Alejandra Cowes en el barrio 9 de Julio y en el que también estaba gente que luego se hizo muy conocida, como Liliana Murer, por ejemplo. Ahí comenzamos a hacer algunas obritas. Hasta que al final, todos los del grupo decidimos inscribirnos en la Escuela de Teatro, con lo cual comencé mi relación directa en la actividad artística.
  -Y aparecen los primeros maestros.
  -¡Claro! Recuerdo a la señora de Breppe, que era directora, Nena de Paroli, que fue compañera luego en algunas obras, Viviana Ruiz, y tanta gente a la que pido disculpas si no la nombro. Gente que me enseñó mucho, en especial a los que me enseñaron danza y expresión corporal, algo que posteriormente me sirvió de mucho en mi carrera. Todo me sirvió de una gran ayuda. 
  -Después viene el tiempo de una doble responsabilidad: actuar y dirigir.
  -Eso se da con el Grupo Martín Pescador, especialmente cuando comienzo a trabajar con Jovita Fernández. También como parte integrante del Teatro Universitario, bajo la dirección de (Horacio) Monayar, quien nos da la responsabilidad de que dirijamos y hagamos espectáculos con el teatro infantil universitario.
  -Hay momentos que marcan un antes y un después, o momentos especiales en la vida de un artista.
  -Es así. Hubo un momento en el que aparece Héctor Pianetti junto a Jaime Collazo Odriozola, que significa la creación del taller actoral y posteriormente de la comedia municipal. Héctor es otro de los referentes valiosos que tenemos en el teatro y la cultura, y en Jaime conocí a un tipo talentoso, sensato, cabal. Eran como el complemento ideal: uno para el otro.
  -Estamos hablando de una época muy especial del teatro.
  -Así es. Era una época del “todo a pulmón”. Por eso estoy tan contento con este viaje a Catamarca. Porque significa que después de 40 años se va a cumplir el sueño de Horacio Monayar: la inauguración del escenario del  aula magna de la universidad, convertida en teatro. Recordemos que siempre fue un escenario “pelado” y siempre fue una larga lucha. Desde que lo conocí a Monayar luchó por ese escenario. Incluso se llegó a realizar un proyecto que era hermoso, diseñado por el arquitecto Lino Campos. Hablando de Lino Campos: es otra de las personas que me enseñó valores en la vida. Lo mismo que Alberto Lindor Ocampo, son todos personajes referentes de valores.
  -Evidentemente sos una persona agradecida, un valor venido a menos por estas épocas.
  -Soy una persona profundamente agradecida. El mínimo gesto de cualquier persona en favor de lo que yo hago, merece mi profundo agradecimiento. Por otra parte, considero que tuve la gran suerte de encontrarme en el camino de mi vida con toda esta gente tan valiosa, como si hubieran estado para mí.  (Fernández) Jovita, por ejemplo, es como esa hermana que uno elige en la vida. Cuando hablo de la suerte, puedo decir que jamás tuve que pedir trabajo, y comencé a trabajar a los 18 años. Cuando me voy a Buenos Aires, gano mi entrada en el Teatro Colón a través de concursar un trabajo, porque allá indudablemente necesitaba trabajar. Después de muchas pruebas, logré entrar en el área de diseño técnico relacionado directamente con la escenografía. Fui uno de los dos ganadores entre 75 postulantes. Estoy hablando del año 1982. Lo de entrar al Colón era un desafío personal muy fuerte. Luego gané una beca en otro concurso en el que obtuve el primer puesto del instituto del Colón. En parte, el sueño estaba cumplido. Me había ido de Catamarca apenas con unos ahorritos que tenía, razón por la cual en Buenos Aires necesitaba trabajar. Una vez, cursando en la Universidad Kennedy la cátedra Historia del Arte, una profesora me dijo si podíamos hablar en el recreo. Cuando nos encontramos en el recreo, me dijo que había observado que yo tenía mucho conocimiento de lo que se estaba tratando y me propuso ser su ayudante en la carrera. Al día siguiente nos presentamos ante el secretario académico del rectorado, ingeniero Iglesias y así logré una nueva beca: una mitad para estudiar y otra mitad para trabajar tres horas diarias. Puedo decir que el trabajo siempre fue un aliado mío, siempre lo tuve de mi lado.
  -Catamarca te ha tenido como uno de los principales protagonistas en varias obras.
  -Principalmente recuerdo numerosas puestas en escena de Monayar, como por ejemplo “Locos de verano”, junto a Leda Niño, Nacha Barés y Humberto Jerez. Las inolvidables puestas de los torneos intercolegiales de teatro. Tuve participación en “María Patrón, la ollera”, “Romeo y Julieta” y otras. “Margarita de los Valles”, en homenaje a Margarita Palacios con Sandra Sosa y los chicos de Americanta, fue un espectáculo que yo creé porque me pasó lo que generalmente me pasa con muchas de mis creaciones: previamente las sueño. Sueño con toda la puesta. Con Jovita y Manolo Rodríguez también hicimos algunos espectáculos muy importantes: “Cubas, el gobernador mártir” fue uno de ellos. También hice “Felipe Varela”. Y son cosas que, como te decía, las soñé primero y eso me empujó a llevarlas luego al escenario.
  -¿Un barrio en Catamarca?
  -El Alem, el de “las casitas iguales”. Yo vivía al lado de lo que es hoy la Comisaría de la Mujer; ahí sigue estando mi casa paterna. Tenía mi padrino que vivía a la vuelta: don Antonio Chacón. Tengo patente el recuerdo de cómo se jugaba a los carnavales en ese barrio. Participaban todos los vecinos.
  -¿Has conocido a la felicidad?
  -Nunca me permití ser infeliz ante las adversidades de la vida. Siempre luché para ser feliz. Si siempre he trabajado de lo que gusta, ¿cómo no podría ser feliz? Hay algo que ya no voy a poder hacer realidad, fundamentalmente por una cuestión de edad: me hubiera gustado tener un hijo. El sentido de la responsabilidad me dice que ya estoy grande para concretar ese sueño.
  -¿Te alcanzó la grieta?
  -Sí, lamentablemente. Porque hay gente que no sabe aceptar la opinión del otro. No soy afiliado a ningún partido político, pero soy absolutamente político en mis decisiones. Me pude haber equivocado muchas veces; pero sé reconocerlo y busco corregir los errores. No quiero que me pongan una camiseta desde lo político. Y hay una frase que me resume: “llevo a Catamarca en mi ADN”. Todo lo que sea en favor de Catamarca y esté a mi alcance hacerlo, con seguridad que lo haré.
 

Al maestro con cariño

A la hora de hablar de teatro y de cultura en Catamarca resulta impostergable una cita con nombre y apellido: Horacio Monayar. Así habla  Daniel Martínez del querido y recordado profesor: “Mi gran maestro. He conocido y he tenido otros maestros y profesores, como Oscar Carrizo, por ejemplo, pero para mí Monayar fue no sólo el gran maestro del teatro, sino también el gran maestro de la vida; a mí y a mucha gente le enseñó lo que es ser una buena persona. Para mí significa mucho en la vida, siempre lo dije y además tuve la suerte de poder decírselo a él en presencia de mucha gente. Fue cuando me presentó en el acto del libro “Voces y memorias”, una recopilación que hice del banco de voces de la cultura catamarqueña. Ahí pude decirle a Monayar que lo consideraba como un padre artístico y además le expresé todo mi agradecimiento con un ´gracias papá´ (su rostro refleja emoción). Creo que Catamarca toda le debe mucho a Monayar. Fue un gran soñador y un apasionado director. Fue alguien que ha trabajado por la cultura de manera desinteresada. Dejaba sus cuestiones personales y su familia para entregarse de lleno y de manera pasional a la actividad teatral. Considero que mucho de mi forma de armar un espectáculo tiene la impronta de Monayar, de su enseñanza. Era alguien que tenía una actitud de compromiso para todo: andaba personalmente y luchaba para conseguir de todo lo que hace a una puesta en escena. Además, se preocupaba y se ocupaba del actor y de todo su contexto. Yo tenía  8 años cuando perdí a mi padre y venía de una familia tradicional entre nosotros y había esos prejuicios respecto de la elección de ser artista. Mi padre me alentó en mi vocación y lo propio hizo Monayar, de allí es que significa tanto en mi vida”.

Cerca de las estrellas

Buenos Aires no solo le abrió las puertas al trabajo y al crecimiento profesional a Daniel Martínez, sino también le permitió estar muy cerca de las figuras del espectáculo nacional, esas que se ven tan lejos desde una provincia como Catamarca. Le preguntamos a nuestro entrevistado sobre esa experiencia y así nos contó: “Cuando entro al Teatro Colón, llego a destacarme como alumno y un profesor me consultó si además estaba trabajando en alguna parte y me propuso que vaya a un teatro para que atienda a Osvaldo Terranova y su hija, Rita, con quien hasta el día de hoy seguimos siendo amigos. ¡Te imaginas: nada más y nada menos que Osvaldo Terranova! Digamos que ese fue mi debut profesional como maquillador y año siguiente volví al segundo año de la carrera en el Colón. Posteriormente, me informaron que desde el Teatro Presidente Alvear habían pedido al Colón un maquillador. Lo que son las cosas de la vida: en el Alvear estuve trabajando más de 15 años. Obviamente, fue allí donde comienzo a tomar contacto y a conocer a los personajes del mundo del espectáculo, porque era un teatro que tenía una seguidilla de espectáculos impresionante. Muchas veces la programación comenzaba al mediodía, para que tengas una idea del movimiento artístico que se generaba en el Alvear. Ahí conocí a la mayoría de los viejos tangueros, como por ejemplo Alberto Castillo, porque me tocó trabajar con todos ellos. Durante más de 7 años atendí a Alejandro Dolina, que tenía un show nocturno; también a bailarines rusos, Lolita Torres, Beba Bidart, Alfredo Alcón. Atendí en el Colón a Plácido Domingo, a quien caractericé de Otelo. Fue una experiencia maravillosa por toda la gente que conocí.”

Por Kelo Molas

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Comentarios

16/9/2018 | 11:08
#149006
Gracias Kelo Molas por tanta cordialidad y este hermoso Racconto de mi vida!

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