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Adobe extremo, diario de Rodaje: Día 3

Cada día, Tinogasta nos agasaja con la mejor luz y los mejores planos. Nuestro itinerario hoy nos lleva a dos iglesias en particular: San Pedro y Nuestra Señora de Andacollo.
jueves, 16 de junio de 2011 00:00
jueves, 16 de junio de 2011 00:00

San Pedro y Nuestra Señora de Andacollo: 

La primera se alza, nívea y voluptuosa, en las cercanías del pueblo de Fiambalá. En su interior guarda celosamente a San Pedro, el santito caminador. Es en esta instancia donde nos sentimos identificados: la idea de movimiento nos conmueve a nosotros que desandamos tantas veces los caminos del adobe. En este templo conviven, en una antítesis complementaria, cercanía y lejanía al mismo tiempo: un santo cerquita del pueblo que lleva allá, bien lejos, como un emisario, los pedidos y deseos de su gente.

Varios kilómetros más adelante, la inmensidad de la siesta norteña suelta su mayor bostezo. Desde la ruta vemos como se asoman, tímidamente, un par de torres de barro. Sola, ahí donde la quietud arrasa con pisadas y aleteos (ahí donde el viento se lleva las voces y los silencios), se yergue como flor silvestre entre los matorrales la iglesia Nuestra Señora de Andacollo.

Reconstruida casi totalmente después de que el agua arrasó con todo, encierra entre sus muros la fuerza del resurgimiento, de la regeneración: sus paredes cayeron y se levantaron del mismo suelo, resurgieron de sus mismos vestigios, se trabajaron como a un pan que hoy dora el sol en el cuenco de la tarde. El barro, como la espiga, es materia prima para nuestras manos.

El equipo electrógeno retumba en la inmensidad de la llanura enjaulada entre las dos paredes montañosas que circundan la capilla.
De repente, del sigilo infinito, Pablo, como un soplo atrevido, entra en escena con su bicicleta. Sus colores, movimientos y sonidos cortan y cuajan la soledad implacable del paisaje.

Ahora vemos el horizonte con otros ojos, desde un lente nuevo, subjetivo e implacable. Transformamos el paisaje como él nos transforma a nosotros. Ingresamos a él desde otra puerta, lo saboreamos, lo mezclamos, lo hacemos nuestro.

Bocanadas bestiales de arena y tierra –último aliento de la tarde– se levantan desde el lecho seco de un río y cierran el cuadro del ocaso, mientras adentro, frente al altar, encendemos unas velas y nos entregamos a la escena más íntima del día.

El viento dibuja sus ráfagas en un cielo desquiciadamente celeste y el sol se filtra, celoso, por las pequeñas aberturas de la capilla.
Los equipos, las cámaras y las tomas se acercan cada vez más a nuestra utopía; vamos creciendo en cada encuadre, en cada enfoque, en cada captura.

Nos retiramos ya cuando las sombras se alargan haciendo surcos en el suelo polvoriento.

El zonda nos jugó una mala pasada: así como nos maravilló con su espectáculo de remolinos y efervescencias arenosas, ahora nos trunca la última, y tan esperada, locación del día: las termas de Fiambalá.

Por la noche, en el comedor de la hostería grabamos unas escenas de interiores donde sentimos la calidez de la gente con su atención y curiosidad sobre nuestro trabajo en estas tierras cordilleranas.

Nos retiramos a dormir con una gran sonrisa. Mañana nos esperan caminos para recorrer.

Laura Aroca (Prensa de Adobe Extremo)

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