TESTIMONIOS

¿Elegimos…?

martes, 8 de febrero de 2011 00:00
martes, 8 de febrero de 2011 00:00

SR. DIRECTOR

Tengo el agrado de dirigirme a Ud. a los efectos de solicitarle tenga a bien publicar en el prestigioso matutino que dirige tan dignamente, el escrito de mi autoría que se adjunta.
Fundamento mi pedido en la necesidad que tengo como ciudadano de expresar mis ideas en torno al proceso político electoral que se avecina, y en mi condición de docente de intentar generar un diálogo reflexivo en torno a problemas comunes a la comunidad catamarqueña.

Cada cierto tiempo en nuestra aldea electoral, unos cuantos deciden por todos. Esta práctica aceptada, legitimida dirían los expertos, no altera la legalidad del orden constituido, por el contrario sigue todas las normas formales y con ello basta. Sin embargo goza de una mácula que es insalvable para el orden democrático.
La democracia en términos modernos es la posibilidad real que tiene toda una comunidad política de ser partícipe de la elección de sus gobernantes. Ya sea en el carácter de elector o de elegido. Esta potencialidad intrínseca del sistema se basa en la condición de iguales que gozan los miembros de esa comunidad política. Condición claro que es propia del ciudadano, el cual no necesita otro mérito que el haber nacido, o residir, en el territorio de esa comunidad. Este principio de la igualdad, diferencia a la democracia moderna de otras formas de gobierno. Ese contraste es lo que le permitió abrazar el triunfo en la sociedad actual y erigirse en el régimen más legítimo y dominante de todos los tiempos. Por supuesto que la diferencia entre la teoría y la práctica es profunda, tanto que es difícil encontrar algún rasgo de igualdad entre la selección de los “elegibles” y la vocación de los electores.
Catamarca viene consolidando el bipartidismo desde la restauración democrática (1983) y con él, la concentración hegemónica del poder en pocas manos. Por eso mismo, podríamos aseverar que no hemos conocido otro régimen que el oligárquico. Particularmente si miramos el proceso de selección de candidatos de ambos partidos. En el Peronismo del PJ se pasó de la voluntad de “Don Vicente” al favoritismo de “Ramón”; luego a la capacidad decisoria de “Luis” y últimamente esa capacidad la tiene la Renovación, que para algunos mal pensados no es más que la voluntad de los Jalil. Por su parte en la versión peronista del FPV hay unos pocos que deciden, por supuesto, con la anuencia del poder nacional. En el Radicalismo se vivió un proceso parecido: De “Don Arnoldo” se transfirió el poder a “Oscar” y éste, en circunstancias poco favorables para su continuidad, delegó ese poder en Eduardo Brizuela del Moral; quien lejos de pronunciarse a favor del recambio republicano aprovechó el margen que le brinda la ley para consolidar su proyecto de poder. Con él, claro está, todos los jefes políticos territoriales de la jurisdicciones departamentales, sean estos peronistas o radicales. Pero, ¿por qué esta práctica no democrática no genera una reacción adversa en la ciudadanía? ¿Por qué unos cuantos deciden por todos y luego blanquean la situación en las elecciones generales sin costo político alguno? Una respuesta ligera sería: a los catamarqueños no les gusta la política. Una segunda respuesta, más compleja, estamos frente a una crisis de participación y una tercera más preocupante que compleja, no hay tal cosa llamada ciudadanía.
La primera de las respuestas se confirmaría con la marcada ausencia de los electores en las urnas, por lo menos en la última década, donde en promedio un tercio de la población se ausentó del proceso electoral. El tercio ausente corresponde al mal llamado “sector independiente” pero que de algún modo marca el humor político de los catamarqueños y, justamente, hace una década que firmemente se alejó del acto electoral. La causa sería un hastío de la cosa pública por no sentirse representados por sus representantes, generando lo que los analistas llaman una crisis de identidad, donde los que gobiernan no se parecen a sus gobernados en función de los intereses y expectativas que tienen estos últimos. Sin embargo no es la única explicación posible, también los teóricos sostienen que en un régimen político, cuando su reproducción no está en riesgo, el compromiso de quienes se benefician de él baja, relajándose las acciones tendientes a su sostén, por ejemplo votar. Este sector si bien vive de la política lo hace de manera indirecta, con lo cual no siente el compromiso cotidiano de reportarse ante un superior, dependientemente se perciben como la cúspide de la estructura social catamarqueña. De ahí que su ausentismo obedezca más a la seguridad en la continuidad del grupo de poder dentro del régimen que a un hartazgo o a una crisis de identidad.
La segunda respuesta atañe a los dos tercios restantes de ciudadanos que votan regularmente. Uno de ellos forma parte de las clientelas electorales, una gran proporción de desocupados son gerenciados a través de los planes sociales y del asistencialismo, otra gran proporción de empleados públicos en condiciones precarias (contratados). Sendos grupos tienen una alta vulnerabilidad ante el poder y justamente eso los hace obedientes a su “jefe” político. Su rol en este esquema es de “votante” y si su voluntad fuera contraria al que manda, cosa que extrañamente sucede, se impone el mandamiento del “jefe” (un ejemplo son las elecciones internas del PJ con los resultados del Dpto. Capital. O la “mesa chica” del FCyS donde naufragan la ilusiones de muchos). Es decir, no importa lo que decida el mandante sino la voluntad del mandatario, esto técnicamente es lo que se denomina crisis de participación. Que se agrava aún más cuando el que detenta el poder decide quién lo sucede (obsérvese el caso de los intendentes que no pueden renovar su mandato e imponen el candidato a sucederlo). Con ello a los votantes presos de su condición no les queda otro camino que el de la sumisión.
El tercer tercio de electores representaría a distintos sectores de la estructura social aunque encolumnados (disciplinados si se prefiere) a las estructuras partidarias, siempre y cuando sean reales las afiliaciones que muestran los partidos hegemónicos. Comparten con el segundo tercio esa situación de vulnerabilidad, aunque por razones diferentes. Estos “viven” directamente de la política. Son los que se benefician con incentivos particulares. También son partícipes de este tercio los miembros de las burocracias publicas o privadas (particularmente la vinculadas con las empresas proveedoras del Estado o concesionarias de la obra pública) en sus diferente niveles de jerarquía, que han permitido consolidar este régimen de participación limitada. Junto con las huestes partidarias reciben incentivos selectivos que los acercan al primer tercio de votantes y los aleja del segundo. Como se dijo, su vulnerabilidad es de otra naturaleza. Son cautivos de esos incentivos selectivos que coartan su capacidad autonómica de decisión. También responden a un “jefe”, muchas veces simbólico, que les marca el horizonte hacia donde establecer el rumbo político.
Si lo anterior es correcto, la tercera respuesta cae de maduro: en tanto sujetos, los miembros de una comunidad política tienen condicionada su capacidad para elegir, esos miembros no pueden ser considerados ciudadanos. Con lo cual en nuestra aldea, ese logro del desarrollo político y social del siglo XX, la ciudadanía, sería un espectro que se hace presente eventualmente movido por un cuerpo selecto de agentes que hacen de él un mecanismo de su voluntad.
Claro que hay razones para sospechar que ello no sea tan categórico, pero merece una extensión más amplia que humillaría la paciencia de los lectores.
Sin otro particular pedido me despido de Ud. con mi mayor consideración y respeto.

José Ricardo Ariza
DNI 17028589

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