TESTIMONIOS

Manuel Belgrano, modelo de vida, modelo de patria

sábado, 4 de junio de 2011 00:00
sábado, 4 de junio de 2011 00:00

Continuando con el objeto de aportar desde este Gabinete perteneciente a la Secretaría de Cultura, Educación y Deporte de la Municipalidad de SFVC y en esta ocasión en conjunto con la Comisión de Damas Belgranianas de Catamarca, representantes de ella estarán presentes el próximo 4 de junio en el segundo Encuentro Nacional Belgraniano en la ciudad de Rosario. El recuperar y difundir la vida, el pensamiento y acción de una de las glorias de nuestra Patria, Manuel Belgrano, a quien debemos mantener presente en nuestra memoria colectiva, despertando en todos los ciudadanos la curiosidad de investigar nuestra historia y así reforzar la identidad, sumando en la construcción ciudadana e instando a una actitud crítica y reflexiva, de suma importancia para el complejo presente que nos toca vivir. A continuación se destacará parte de su vida y acciones que desarrolló el prócer.
Belgrano, héroe de Tucumán y Salta, su nombre tiene una duración tan larga como la vida de su patria. Las naciones condensan en un signo visible, la idea de unidad, del amor y del deber cívico, sentimiento este tan antiguo como la humanidad. Ese signo es la bandera, las naciones son una idea colectiva; las ideas se reflejan en su signo.
El padre de Belgrano fue un hijo de Italia. Fue allá en el golfo de Génova, en el viejo puerto de Oneglia, donde nació este Belgrano Peri, quien castellanizó su segundo apellido por Pérez. Oneglia era la cuna de Andrea Doria, el caudillo ligur a quien su pueblo también llamole “padre de la patria” porque en 1528 salvó y organizó la república. Hacia 1750 el padre de Belgrano pasó de Génova a Cádiz para ejercer el comercio, y después de naturalizarse español, siguió el camino de su aventura hacia occidente, y luego a Buenos Aires, donde se lo conociera por su honrada labor y las virtudes de su hijo.
Su madre, María José González Casero, era hija de Juan González Islas, tercera generación en tierras americanas. Domingo Belgrano (su padre) figuró entre los comerciantes que se empeñaron en conseguir el establecimiento del Consulado.
Manuel tuvo quince hermanos, entre los que se encuentran: Carlos (1761) señalado por sus maestros como promesa para la patria. Domingo, el clérigo a quien el prócer moribundo confió el cuidado de su hija Juana, hermana de caridad que endulzó la agonía del héroe. El octavo hijo de esta familia fue Manuel, nació el 3 de julio de 1770, su madre le enseñó a leer y escribir y de ella también recibió instrucción religiosa, como era la costumbre de la época. En sus primeros años, los niños eran instruidos por su madre en la doctrina y a los 7 u 8 años concurrían a la escuela primaria.
Sus primeros maestros fueron Fray José Pelliza y el Hermano José de Zemborain. Luego ingresó en el colegio de San Carlos, en el cual cursó los estudios completos de lógica, física, filosofía y literatura en las clases que dictara el doctor Luis Chorroarin, consiguiendo el diploma de licenciado en Filosofía el 8 de junio de 1787.
En esa fecha, Belgrano ya se encontraba en España, en efecto, su padre había conseguido el 16 de junio de 1786 la autorización superior para remitir a sus hijos Francisco y Manuel a los Reinos de España, a cargo y cuidado de su yerno, don José María Calderón de la Barca, para que se instruyan en el comercio, se matriculen en él y regresen con mercaderías a estos reinos. Su hijo Francisco no pudo viajar. Manuel, a los doce años, ingresó al Colegio de San Carlos, allí aprendió filosofía, metafísica, latín, física, lógica, teología y literatura. Terminando sus estudios fue a España con su hermano Francisco, iniciándose en derecho en la universidad de Salamanca, en la que se matriculó el 4 de noviembre de 1786.
Después de haber cursado obtuvo en enero de 1789 el diploma de Bachiller en leyes de Valladolid, recibiendo el 6 de febrero de 1793 el título de abogado. Formó parte de sus estudios la labor de los enciclopedistas, con Diderot como líder de ese conjunto, constitudo, entre otros, por D’Alambert, Rosseau, Voltaire, D’Holbach, Quesnay, Turgot y Jovellanos, los que subrayan el papel de la ciencia, de la técnica y del arte dentro del marco de la cultura, según la concepción de la época, para elaborar una nueva idea del mundo, confiando en la razón y la tolerancia con vistas a obtener el progreso.
Con este bagaje de ideas y política adquirido, Belgrano a los 24 años de edad regresa -en 1794- a Buenos Aires, para hacerse cargo de la Secretaría del Consulado en el que, a través de 15 años, desarrolló una acción progresista extraordinaria, que resumió en las Memorias anuales. Participó activamente durante las invasiones inglesas, en la primera como capitán de milicias urbanas, en la segunda, como oficial de patricios bajo el mando de Liniers.
En su labor en el Consulado se observa la influencia que ejercieron no sólo Jovellanos y Campomanes, sino también los fisiócratas franceses, los liberales ingleses y los economistas italianos Galiano y Genovesi.
También trabajó como periodista en el Telégrafo Mercantil y el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio; fundó su propio periódico, el Correo de Comercio, difundiendo las ideas revolucionarias y fomentando la instrucción pública, defendió el derecho a la educación y de las mujeres especialmente. “Fundar escuelas es sembrar en las almas”, sus palabras.
Instalada la Primera Junta de Gobierno, el 25 de Mayo de 1810, procuró de inmediato difundir la revolución, invitando a los pueblos del virreinato del Río de la Plata a que designaran representantes y los enviaran para formar un congreso. El Paraguay, intendencia del Virreinato, se manifestó en franca oposición a la junta porteña.
El 25 de mayo de 1810 asumió como vocal de la Primera Junta y en septiembre fue nombrado comandante en jefe de las fuerzas destinadas a operar en la Banda Oriental, otorgándosele al mismo tiempo el despacho de Brigadier. Pero ante la nueva orientación que se imprimió a las operaciones, se extendió su autoridad mediante un nuevo nombramiento, firmado el 22 de septiembre de 1810, a los territorios de Santa Fe, Corrientes y Paraguay. Como núcleo del nuevo ejército revolucionario, se destinaron 200 infantes de la guarnición de Buenos Aires, entresacados de los cuerpos del Regimiento de Infantería N°3 Arribeños, Regimiento de Pardos y Morenos y Regimiento de Granaderos de Fernando VII. Estas fuerzas, sumadas a elementos diseminados en la costa del Paraná y a las milicias de Misiones y Corrientes, se pusieron a disposición de Belgrano. En San Nicolás de los Arroyos, adonde llegó Belgrano el 28 de septiembre de 1810, encontró 357 hombres, de los cuales sólo 60 eran veteranos del Regimiento de Blandengues de la Frontera. Conoció la victoria en Campichuelo, pero fue derrotado en Tacuarí en 1811.
En Paraná, Belgrano recibió refuerzos de milicias de caballería y artillería, asimismo en este lugar recibió el anuncio de la Junta del envío de 200 patricios para reforzar sus tropas. Con estos agregados, el ejército expedicionario completó un efectivo de 950 hombres, de los cuales la mitad era de infantería. Belgrano organizó e instruyó a sus efectivos, fundamentalmente en la preparación anímica y espiritual de sus hombres, ante el comienzo de una difícil y agotadora campaña. Organizó el ejército en cuatro elementos, cuya composición fue la siguiente: Fracciones de los Regimientos N°1 y N°2 de Infantería de Patricios, al mando del Comandante Gregorio Pedriel. Fracciones del Regimiento N°3 y Granaderos de Femando VII, al mando del Comandante Ignacio Warnes.
Blandengue, milicias de Entre Ríos, a las órdenes del comandante Diego Balcarce. El símbolo de la patria, la bandera Argentina, fue creada por Manuel Belgrano el 27 de febrero de 1812. Tomó los colores de la escarapela que ya estaba en uso. Ese día a las seis y media de la tarde fue enarbolada por primera vez la bandera celeste y blanca en presencia del vecindario. Era una tarde serena y la población se agolpó en la explanada lindera a la batería “Libertad”, que se construía sobre la barranca, en Rosario. Según conocemos por relato de Mitre, Belgrano, acompañado de sus oficiales y autoridades de la capilla, dio la memorable orden. A su frente se extendían las islas floridas del Paraná, a sus pies se deslizaban las corrientes del inmenso río bajo el azul cielo del verano. Recorría la línea a caballo y mandó a formar cuadro y levantando la espada dijo a sus tropas: “Soldados de la patria, en este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro excelentísimo gobierno: en aquel la batería de la “Independencia” nuestras armas aumentarán las suyas, juremos vencer a nuestros enemigos interiores y exteriores y la América del Sur será el templo de la Independencia y la Libertad, en fe de que así lo juráis, decid conmigo ¡VIVA LA PATRIA!”. Más tarde la hizo bendecir en Humahuaca junto a su ejército, y el triunvirato nuevamente mandó ocultarla.
El 23 de agosto de 1812, Belgrano pide a los vecinos de Jujuy manifestar su heroísmo. Cargaron sus pertenencias y quemaron la cosecha, dejando sólo desolación. Fue el éxodo jujeño hasta Tucumán. El 24 de septiembre de 1812 el Ejército del Norte derrotó a los realistas en la batalla de Tucumán.
El cruce del río Paraná y combate de Campichuelo, donde el general Belgrano realizó una difícil v brillante operación, eludiendo la vigilancia enemiga y atacando sin esperar la reunión del total de las fuerzas; con inferioridad numérica, derrotó al enemigo superior en número. Leolpoldo Ornsíein expresó: “Fue una notable operación de guerra. La marcha a través de la región mesopotámica en las condiciones en que fue realizada, el paisaje a viva fuerza del río Paraná y la penetración en el territorio paraguayo, cubriendo así una de las líneas de operaciones más largas que se conocen, salvando toda suerte de obstáculos, luchando a la vez con el enemigo, las inclemencias del tiempo y de la zona, colocaron a Belgrano a la altura de los más destacados capitanes de la guerra de la Independencia”.
A pocos días de haber llegado del Paraguay, Belgrano fue nombrado coronel del Regimiento Nº1 de Patricios. En esta ocasión renuncia al tercio de su sueldo para donarlo; además le chocaba ver a los soldados de la Patria, en la lucha contra Fernando VIl, enarbolar sus mismos colores. Guiado por estas razones se dirigió a la superioridad, proponiendo la adopción de la escarapela con los colores que los patriotas habían ostentado en los días de Mayo. El gobierno acepta este pedido el 18 de febrero.
El 29 de febrero Belgrano fue nombrado jefe del ejército del Perú. Este puesto era muy difícil de llevar al éxito ya que el ejército contaba con muy pocos hombres, sin armamentos ni municiones, y debería enfrentar a un contrincante mucho más numeroso y mejor equipado. Entre 1817 y 1818, publicó un diario militar, en el cual informaba de la marcha de la campaña emancipadora. A pesar de estar enfermo, Belgrano se puso en marcha hacia su destino, llegando a Yatasto el 26 de marzo. Pronto se trasladaron a Campo Santo, donde estableció el campamento general. Comenzaba la ardua tarea de preparar a las tropas para la lucha.
El 20 de junio de 1820, muere en Bs As, pobre y reclamando sueldos atrasados. En su homenaje se declaró Día de la Bandera (1938).
Digno ejemplo a seguir de participación y compromiso para con la patria.

“Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método, no desorden; disciplina, no caos; constancia, no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia”. MANUEL BELGRANO.


Prof. Roberto Sayes

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