Deseos para el 2013: desarrollo e igualdad
En los primeros días de un año nuevo es un lugar común en el periodismo económico la danza de números sobre cuánto crecerá la economía. La de Argentina, la de América latina, la del mundo. Evidentemente hay que tomarlos con pinzas, más como proyecciones esotéricas que con suerte dibujan un estado de ánimo que se verá corroborado (o no) con el correr de los meses.
En este sentido, el 2013 pinta mejor que el 2012. Al menos para los países de América latina. Según el Balance Preliminar de las economías de América latina y el Caribe 2012 elaborado por la CEPAL, la desaceleración del crecimiento en China y la persistencia de la crisis europea influyeron para que nuestra región crezca 3,1% durante el 2012. Un punto menos que durante el 2011. El mismo estudio cree que para las fiestas del 2013 se podrá estar festejando un aumento del PBI del 3,8%.
Para los típicos vaivenes que solía tener la economía de América latina años atrás, sorprende que en un contexto mundial agitado, donde el principal socio comercial (China) tiene el menor crecimiento en 13 años y los países desarrollados no salen del estancamiento después de la crisis financiera de 2008, nuestra región sólo sufra una reducción de apenas un punto en su crecimiento.
Hay otro número que ayuda a comprender el cambio: el valor de las exportaciones de la región aumentó un magro 1,6%, cuando durante el 2011 había saltado un 23%. En otro contexto, esta caída habría llevado a una contracción económica general, sin embargo, apareció una nueva variable que permite pensar que algo estructural se está moviendo: los mercados internos de los países de América latina reemplazaron la debilidad del sector externo. Dicho de otra forma, el consumo popular y la inversión pública funcionaron como los motores de las economías. La relativa disminución de la “plata dulce” de las exportaciones fue reemplazada por el trabajo y el ahorro interno.
¿De qué otra forma puede medirse este cambio? En el mismo estudio, la CEPAL anunció que el desempleo urbano, aun en el contexto ya descripto, siguió bajando. Durante el 2011 había sido del 6,7% y en el 2012 -el año “malo”- un 6,4%. Si esta tendencia se consolida, y los niveles de empleo y de aumento del poder de compra de los salarios se desacoplan -al menos parcialmente- del desempeño de las exportaciones (que para el manual ortodoxo representa la variable suprema) se podría comenzar a ensayar el slogan “otra economía es posible”.
Habiendo hecho este repaso, la numerología económica debe ser puesta al servicio de una mirada renovada sobre los problemas y las expectativas de nuestro continente.
Los gobiernos, aun con menor holgura fiscal, mantuvieron los programas sociales de transferencia de renta (AUH, Bolsa Familia, Misiones, según el nombre que tienen en cada país) y con la notable excepción de México que sancionó una reforma laboral con formato década del 90, el resto se mantuvo alejado de esas salidas anacrónicas. En el rincón opuesto estuvo Venezuela, donde un Chávez todavía en funciones sancionó en abril pasado una nueva Ley Orgánica del Trabajo que aumenta derechos y busca terminar con la tercerización y disminuir el empleo en negro. “Ahora hay que luchar para que se cumpla” dijo por esos días el propio Chávez, dejando al costado las ilusiones retóricas y evidenciando que una estructura económica primarizada conlleva una sociedad salarial frágil y altamente informal.
Durante la década pasada, luego del desastre neoliberal, los esfuerzos estuvieron puestos en lograr disminuir los niveles de pobreza. En ese sentido, prácticamente todos los países pueden presentar mejores estadísticas al respecto. Y cualquier recorrida por los barrios de las grandes urbes latinoamericanas muestra que mucho se hizo y también que es mucho lo que falta.
La mejoría de grandes sectores sociales (los 40 millones de brasileños pobres que en esta década ascendieron socialmente y que ahora, con algo de ligereza, son computados como “clase media”, es un buen ejemplo) vuelve incluso más visible la llaga de la exclusión y la marginalidad. Lo que todavía está a la intemperie es un universo menor, pero con necesidades insatisfechas casi tan oprobiosas como antes. Siguiendo con Brasil, a fines de 2012, el instituto de investigaciones IBGE anunció que la cifra de indigentes había retrocedido un 5% desde que el gobierno de Dilma Roussef anunciara el nuevo programa social “Brasil Sin Miseria”, al comienzo de su mandato. La buena noticia se toca con la mala: todavía quedan 8.000.000 de personas que se las tienen que arreglar con 35 dólares mensuales.
Crecimiento regional a pesar de la crisis mundial. El mercado interno como una pata cada vez más sólida en cada país. Sociedades menos pobres. Tanto si nos enfocamos en los números de la macroeconomía como en las condiciones de vida de las sociedades latinoamericanas, aparece cada vez con mayor nitidez que atravesamos una década exitosa. Y al mismo tiempo, que ese éxito invita a un desafío que es hijo de aquel: pasar del crecimiento al desarrollo y de la reducción de la pobreza al de la desigualdad. El 2013 puede ser el año en que esa agenda, que sólo puede ser asumida por los elencos políticos que hoy conducen a la región, asome definitivamente en el horizonte.
Federico Vázquez
(Télam)