No olvidar las lecciones

jueves, 18 de octubre de 2018 00:00
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En una jornada como esta, inicialmente los trabajadores, legítimamente los peronistas y unánimemente todos los argentinos nos debemos un paréntesis para una reflexión sobre lo que fue el 17 de octubre de 1945, el Día de la Lealtad.
Lo han analizado y descripto los analistas políticos, los filósofos y los pensadores de todas las corrientes partidarias y desde todas las opiniones surge el unánime convencimiento de que, aquel día, la Argentina había vivido las más grande movilización obrera jamás registrada y tampoco repetida, en defensa de sus conquistas y derechos laborales, encarnados en la figura del naciente líder Juan Domingo Perón.
Fue el día en que la historia argentina cambió definitivamente. En aquella calurosa jornada, la que se simboliza con la imagen de los trabajadores refrescando “sus patas” en las fuentes de Plaza de Mayo, los trabajadores impusieron a las clases dominantes su voluntad de afianzar las conquistas que habían obtenido hasta entonces de la mano de Perón, por ese tiempo detenido y confinado a la isla Martín García.
En su paso por la secretaría de Trabajo de la Nación, Perón había favorecido la sindicalización de los trabajadores y alentado reformas laborales, con conquistas nunca vistas hasta entonces. Sus propuestas contemplaban la implantación del salario mínimo, vital y móvil, el aumento general de salarios y la participación obrera en las ganancias empresariales.
Con Perón preso, los patrones habían comenzado a hacer ostentación abusiva de su poder -¿cualquier parecido con la actualidad es pura casualidad?-, proclamando a todos los vientos que la obra de justicia social iniciada desde la secretaría de Trabajo y Previsión sería desmantelada.
Hasta que el pueblo reaccionó e, impulsado por el entusiasta y estentóreo estímulo de “Evita”, cientos de miles de obreros, trabajadores, jornaleros, desocupados, desposeídos, varones y mujeres marcharon el día 16 a la Plaza de Mayo, colmándola el 17 de octubre, para  sacudir definitivamente las estructuras de la “gran estancia” en que la élite oligárquica nacional, los partidos políticos afines y las corporaciones económicas y mediáticas pretendían mantener a la Argentina.  
Una de las más claras definiciones la brindó el escritor e historiador Raúl Scalabrini Ortiz, contemporáneo de aquellos sucesos, a los que su inteligencia sagaz y humanista emoción describieron como “el subsuelo de la Patria sublevado... Eran los hombres que están solos y esperan, que iniciaban su reivindicación. El espíritu de la tierra estaba presente como nunca creí verlo”.
Los postergados de cientos de años estaban allí, mestizos e inmigrantes, reunidos en la plaza, pidiendo por la libertad de Perón, el coronel al que sentían como uno de los suyos y al que veían como garantía de que “la estancia” no volviera a cerrar las tranqueras sobre sus vidas y trabajos.
Ese es el sentido de enorme trascendencia histórica que dejó el “Día de la Lealtad”, la libertad de Perón con la inmediata consecuencia de la restauración y profundización de las conquistas laborales, como también ocurriría con cientos de reivindicaciones en el campo social y político del país.
Además, la exaltación de la lealtad con un solo destinatario, resumido en las expresiones del genial conductor, cuando en su momento afirmara que “la verdadera democracia es aquella donde el gobierno hace lo que el pueblo quiere y defiende un solo interés: el del pueblo”, y que ratificara poco antes de su muerte, cuando sentenció: “Mi único heredero es el pueblo”.

Agrupación Azul y Blanca de la 
CGT Catamarca

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