Cara a cara

UNA HISTORIA DE AMOR, POESIA E IDEALES

domingo, 7 de febrero de 2021 06:00
domingo, 7 de febrero de 2021 06:00

HOY: MABEL FERREYRA Para que no nos gane el olvido: recordando a “Pacho” Urquiza

Un día de agosto del dos mil y algo, la invitación era inequívoca: “esta noche celebramos el cumpleaños de Pacho”. La cuestión era que Pacho había viajado años atrás  en el ala de uno de sus poemas hacia el más allá. Se fue para quedarse para siempre en el corazón de sus afectos: por bueno, por amigo, por peronista, por fidelidad a sus convicciones, por amante de la libertad. Por su admiración por Luis Franco. Y por belicho hasta la médula. El espacio “Para que no nos gane el olvido” en el contexto del Cara a cara de los domingos, propone hoy conocer una historia cuyo personaje central es Guillermo Patrocinio Urquiza, el Pacho buena gente, poeta, cantor y guitarrero. Lo recordamos a modo de homenaje junto a su esposa  Mabel Graciela del Valle Ferreyra, en la casa donde siguen latiendo los sueños de una pareja que hizo de la amistad un estilo de vida.
  
  -¿Cómo conoció a “Pacho” Urquiza?

  -Por amigos en común: en las peñas y guitarreadas siempre teníamos un amigo en común. Y de ahí surgió el amor. “Pacho” no era una figura conocida en nuestro medio, jamás había ocupado un cargo en la función pública. Lo que sí tenía y siempre lo demostraba era una gran sensibilidad, una enorme solidaridad y hacía de la amistad un culto. Creo que estas cosas dignifican al ser humano y por eso es que lo resalto.

  -¿Cuándo comenzaron a frecuentarse?

  - Allá por mediados de los `80, en el `87 para ser más precisa. Recuerdo que nos casamos en el `91. (Mira al cielo como buscando un testigo) ¡Justo un 28 de diciembre, el Día de los Santos Inocentes… (sonríe abiertamente) que la inocencia nos valga! No había ningún impedimento para que nos casáramos y así lo hicimos ese día a las 8,30 en el Registro Civil y luego nos fuimos a la capilla del Corazón de Jesús. Estuvimos juntos hasta el día de su muerte, en el 2006, el 20 de diciembre.

  -En el contexto de la vida: ¿Qué era lo que no le gustaba a “Pacho”?

  -Le caía muy mal la injusticia. Eso no le gustaba. Tampoco le gustaba la soberbia. Renegaba de la falta de solidaridad, de empatía con el otro.

  -¿Y qué le gustaba de la vida?

  -Hacer amigos. Insisto: hacía un culto de la amistad y otra cosa que siempre exhibía era su sentido de la solidaridad. 

  -¿Cómo fue su vida?

  -“Pacho” perdió a su madre siendo aún un niño, pero pese a ello tuvo una infancia feliz: de pelota de trapo, de autitos de lata, de sentarse a comer higos a la siesta, de juntarse de noche con los amigos bajo el poste de la luz a contar cuentos de terror en su Belén natal, hasta que cortaban la luz y cada uno a su casa. Una infancia hermosa, como son las de pueblo. Su padre, don Guillermo Urquiza, fue siempre un padre presente que cuidó de sus cinco hijos. Recuerdo una anécdota que supo contarme de tiempos de su niñez. Le gustaba salir a hondear. Una vez, ya de regreso, su padre le preguntó: ¿qué daño le hace ese pajarito para que usted lo persiga a hondazos? Esa pregunta lo conmovió y ahí nació en él un gran amor por la libertad, a tal punto que no podía ver a ningún pájaro encerrado. Otra cosa importante de su niñez: el valor que le daba a la palabra “Don”.
  
-Sinónimo de respeto en otros tiempos…

-¡Claro! Estaba dirigido a una persona respetable, honorable, más allá de títulos o profesiones. El “Don” era algo distintivo en la persona.

  -En su etapa de adolescente se viene a la Capital.

  -Los estudios primarios los cursó allá en Belén, en la escuela “Fray Mamerto Esquiù”. Después se viene a hacer el secundario en la ENET Nº 1, la “industrial”. Es de suponer el sacrificio que hizo su padre para mandarlo a estudiar en la Ciudad, pues era una familia humilde. Cuando terminó la secundaria se fue a Tucumán a seguir estudiando, pero le tocó la época de los años nefastos de la Argentina y se tuvo que volver. Ya en vuelta en Catamarca, retoma los estudios en la universidad. Cuentan que un día, estando en clase, entraron al aula tres personas de civil y se lo llevaron. Pasaron por la pensión donde “Pacho” vivía y secuestraron una bibliografía que para la época era prohibida. No estuvo desaparecido, pero sí detenido en la cárcel local, cuando estaba allá, en los dos bulevares. De esto “Pacho” no hablaba mucho, jamás se puso en papel de víctima. Alguna vez me contó que él sabía quien había hecho la “lista negra” en la que figuraba su nombre y de otros compañeros de Belén. Con mucha tristeza recordó que en la cárcel le permitían escribirle cartas a su papá, pero las cartas nunca llegaron a destino.

  -Era un gran defensor de su ideología política.
  -Tenía la firme convicción de ser peronista. Aquí se reunía con un grupo de jóvenes, hoy muchos de ellos funcionarios, para hablar horas y horas de política. Era un apasionado de su peronismo y emocionaba escucharlo defender sus ideales. Debatían ideas y querían lo mejor para Catamarca y el país. 
  
-También estaba su otra pasión: la poesía.

  -¡Sí! “Pacho” forma parte de una generación de poetas que tenía a Luis Franco como el máximo exponente. En los relatos de “Pacho” se ven trazos, pinceladas, huellas de la pieza poética de Luis Franco, de la belleza de su Belén y su gente y de las cosas profundas de la vida. En sus escritos se destacan su admiración por Franco y su amor por “el mejor lugar del mundo”, como definía a Belén. También decía de su Belén: “la aldea morena de los ojos verdes, donde la luna es redonda como pan casero”.

  -¿Cómo nació la idea de festejarle su cumpleaños después de muerto? Alguna vez participamos del homenaje y nos llamó la atención todos los preparativos.

  -“Pacho” amaba a sus amigos y estoy segura que él hubiera querido que lo recuerden con alegría. De ahí que los 23 de agosto esta casa se llenaba de amigos –entre ellos cantores y poetas-, cantábamos el cumpleaños feliz mientras se prendía la vela de una torta. Se lo recordaba con anécdotas, canciones y poemas, las cosas que formaban parte de su vida. Este ritual se cumplió durante muchos años.
  
-¿Algún recuerdo que lo hacía feliz?

  -Siempre tenía una sonrisa grandota para entregar. Recuerdo algo que lo hacía sentir muy bien: era conocida por todos su ideología política, pero respetaba y era respetado por aquellos que pensaban distinto.

  -¿Alguna vez “Pacho” ocupó un cargo público o le ofrecieron alguna candidatura?
  -No. Jamás. No conozco que le hayan ofrecido algún cargo, y creo que no hubiera aceptado de haberse dado esa posibilidad.

  -¿Tuvo algún sueño que no pudo cumplir?
  -Era un gran soñador. Creo que la mayoría de sus sueños se le cumplieron, en la medida de sus posibilidades. Tal vez su gran sueño de una Argentina sin problemas económicos y floreciente, no se cumplió.

  -¿Lo más importante que le dejó?
  -La gran herencia que me dejó son sus amigos, algo que considero muy valioso. Para el resto de la gente que lo conoció, considero que ha dejado su honradez y la ética.
  
-Esas virtudes, así como amar la libertad, eran cuestiones no negociables en su vida.
  -¡Para nada! En absoluto. Eran principios muy fuertes que adornaban su personalidad.

  -Le escribió “Zamba para Mabel”. ¿Era demostrativo de sus afectos?
  -Siempre me sorprendía con algo. Me decía: “andá al comedor y mira lo que hay”. Yo iba y me encontraba con algún escrito o regalo para mí, muy especialmente para mi cumpleaños o para el Día de la Mujer. Era un romántico y un luchador por sus ideales.
 

El Pacho y aquél gorrión

  “Más que hablar de o sobre el Pacho, recuerdo tres hechos o circunstancias que pueden resumir, como pinceladas perfectas, finales y certeras lo que es este pequeño Franco –no lo que fue, pues creo que el Pacho es un belicho inmortal-. No tenemos con Pacho una larga amistad horizontal, pero sí en lo vertical. Muy profunda.


 Nos conocíamos `de vista`, nos cruzábamos en la calle y nos mirábamos de reojo, nos `relojeàbamos`. Hasta que un día, armando una muestra de fotografías e instalaciones en la Sala de Arte que había en calle República frente a la plaza, más arriba de donde estaba el Richmond, el tipo pasó y miró. Cuando pasó de nuevo, los letristas ya habían pegado en el frente vidriado un enorme título de todo el ancho del salón, de la exposición que se iba a inaugurar: `Belén, un lugar en el mundo`. Mientras armábamos las instalaciones, a través del blindex, lo veo al Pacho cruzar y merodear por la plaza (cuando era más alta) por entre los naranjos, ligustros, rosales y otras plantas ornamentales como si estuviera en los cerros del Belén de Catamarca, entre churquis, breas, molles, quebrachos, cardones, talas, algarrobos, chañares y mistoles. El anzuelo dio resultado: bajó, entró y me encaró. Luego de un café compartido en la vereda, se puso a trabajar a mi lado acondicionando las instalaciones, y hasta daba órdenes. 


  Así se inició nuestra amistad vertical hasta hoy, aunque haya trepado a la rama más alta de un taku para iniciar su vuelo. Había iniciado con un puñado de amigos un romance profundo con el pueblo de Minas de Culampajà y nuestras charlas con el Pacho de noches, vinos, poesía y guitarra, era un tema recurrente que despertaba su interés. Me hacía saber que estaba escribiendo sobre ello; de hecho, parte de sus últimas obras hablan de él con una profundidad que pasma. Nunca conoció Minas de Culampajà, salvo por mis relatos. Un día nos cruzamos en el centro y le cuento de unos viejos documentos que había encontrado donde constaba que Don Felipe Gutiérrez, el personaje principal de una novelita que estaba escribiendo, publicada luego en el libro `Historias azules de un caminante`, decían que Don Felipe había sido testigo del casamiento de un tal Francisco Guillermo Urquiza con Doña Estela Aurora Córdoba. Me dijo por lo bajito: son mis padres. Se le llenaron los ojos de lágrimas y nos fundimos en un abrazo interminable mientras San Fernando del Valle seguía inmutable con su tráfago citadino.


  Era diciembre de 2006, el calor azotaba el cementerio del Belén de Catamarca y el huayra había clavado sus guampas. Después de sepultarlo, un grupito de amigos y familiares, bajo el ardiente sol serrano, hicimos  una pequeña rueda en torno a su tumba, no nos queríamos ir. Estábamos todos en silencio cuando unos cuantos gorriones bajaron de la arboleda perimetral y se posaron en el centro de la  rueda. El gorrión, pájaro arisco y saltarín como ninguno. De repente, volaron. Uno solo se quedó. Miró a su alrededor y luego de un par de aleteos se posó en mi hombro. Mi hija Laura, aferrada a mi brazo, me susurra: Pa, el gorrión está en tu hombro. Se quedó allí el tiempo necesario para que todos los vieran y se lanzó al cielo. En ese instante supe que debía abocarme a reunir sus papeles y darle forma a su libro póstumo, cuyo título, escondido entre sus escritos, pude descubrir: `Consideraciones de un imaginero`. Eso es el Pacho Urquiza.”

 J. Eduardo Aroca Catamarcano
 

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