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Nicolás Avellaneda

Nicolás Remigio Aurelio Avellaneda nció en San Miguel de Tucumán el 3 de octubre de 1837, fue abogado, periodista y político argentino. Presidió la República Argentina entre 1874 y 1880.
sábado, 2 de octubre de 2010 00:00
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Hijo de Marco Avellaneda, figura principal de la Coalición del Norte y víctima de la guerra civil, y de Dolores Silva y Zavaleta, nació en la ciudad de Tucumán el 3 de octubre de 1837. Pasó parte de su infancia en el exilio y a principios de 1850 ingresó al Colegio de Monserrat. Más tarde estudió leyes en la Universidad de Córdoba, pero regresó a su provincia antes de rendir los exámenes finales de la carrera. En Tucumán colaboró en el periódico "El Guardia Nacional" y fundó "El Eco del Norte". A mediados de 1857 su familia creyó conveniente que se trasladara a Buenos Aires en busca de mejores horizontes. No bien llegó, Avellaneda se dedicó a concluir su carrera universitaria y en 1858 se doctoró en jurisprudencia siendo su padrino de tesis el doctor José Roque Pérez, con quien hizo su práctica forense y del cual sería socio en su actividad profesional.

En 1859 defendió a "La Reforma Pacífica", el periódico del federalismo porteño, en la acusación que le promoviera Vélez Sárfield en nombre del directorio del Banco de la Provincia. Posteriormente incursionó en el periódico porteño y redactó "El Nacional" y "El Pueblo".

En 1860 accedió a la Legislatura provincial y también comenzó a desempeñarse como catedrático de economía política. En 1865 dio a conocer sus Estudios sobre las leyes de tierras y al poco tiempo su Manifiesto de Derecho . En 1866, el gobernador de Buenos Aires, Adolfo Alsina, le ofreció el ministerio de Gobierno. De allí continuó su carrera ascendente y, el 12 de octubre de 1868, Sarmiento le confió la Cartera de Justicia e Instrucción Pública. Desde estas funciones, compenetrado de los propósitos del presidente, desplegó una incansable labor, siendo responsable de gran parte de los progresos realizados durante la presidencia de Sarmiento en materia de educación.

Su creciente prestigio, asentado sobre las sólidas bases de una destacada actividad pública, hizo que un grupo de amigos lanzara su nombre para las elecciones presidenciales de 1874. Sarmiento la vio con simpatía y el nombre de Avellaneda se perfiló como el de uno de los candidatos más viables. En agosto de 1873 renunció a su ministerio, para evitar toda sospecha de ingerencia oficial en su campaña política. Pronto su figura concentró la cerrada oposición de los grupos políticos porteños, interesados en imponer a Mitre o Alsina. El inesperado apoyo del autonomismo alsinista despejó, en buena medida, el camino de Avellaneda hacia la presidencia de la República. El 22 de marzo de 1874 se proclamó la fórmula Nicolás Avellaneda- Mariano Acosta. El 6 de agosto de ese mismo año los electores consagraron a Avellaneda y a Acosto presidente y vicepresidente de la Nación. Los partidarios de Mitre no se resignaron y el 24 de septiembre de 1874 se lanzaron a la revolución. . En ese clima enrarecido por el ruido de las armas, asumió Avellaneda la primera magistratura del país el 12 de octubre de 1874.

pese a sus propósitos de unidad, el último período de su mandato se vio empañado por la cruenta lucha entre las autoridades nacionales y los revolucionarios porteños. Los antagonismos políticos y la federalización de Buenos Aires encendieron la chispa de la guerra civil. Puesto en la disyuntiva de definirse, Avellaneda se inclinó por Roca y llevó adelante el proyecto de federalización de Buenos Aires.

Aunque su prestigio había sufrido las graves consecuencias de la lucha del 80, Avellaneda continuó siendo una figura respetada en el mundo porteño. En 1881 se lo designó rector de la Universidad de Buenos Aires. Al año siguiente ocupó un lugar en el Senado de la Nación en representación de Tucumán. Enfermo de cuidado, en 1885 se embarcó hacia Europa para atender su dolencia. Murió el 25 de noviembre de 1885, a bordo del vapor "Congo", que lo traía de regreso a la Argentina. Sus restos fueron recibidos con todos los honores y el presidente Roca habló al pie de su tumba. No fue un político consumado, pues creía excesivamente en la fuerza de las ideas, y mucho menos un caudillo popular. Pero fue un hombre íntegro, que nunca albergó rencores profundos.

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